Consagración al Sagrado Corazón de Jesús

“Mira este corazón que tanto ha amado a la humanidad y a cambio no recibe de ellos más que deshonor y desprecio. Tú, al menos, ámame”
Palabras de NUESTRO SENOR JESUCRISTO A Santa María Margarita Alacoque
Que es Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesus?
Consagrarse al Sagrado Corazón de Jesus, es una forma de pedir protección y bendición para uno mismo y para otros adentrándonos en el amor infinito de Jesucristo. Nos consagramos a El porque es una decisión de amarlo y de El que viene a mi salvación. Estamos en una constante batalla espiritual contra el enemigo y necesitamos portar la Armadura Perfecta para refugiarnos, toma a tu familia y llévala al refugio del Sagrado Corazón de Jesus, como dice el Salmo: "De Dios viene mi salvación y mi gloria, El es mi roca firme, Dios es mi refugio, confiad en El, desahogad ante El nuestro corazón.", Salmo 62:8-9
Devoción y Consagración.
La devoción es una practica religiosa y espiritual que implica mostrar reverencia y amor hacia el corazón de Jesucristo como símbolo de su amor y misericordia hacia la humanidad. Esta devoción puede manifestarse a través de oraciones, meditaciones, novenas y otras formas de culto centradas en el corazón de Jesús.
La consagración, es un acto mas profundo y significativo. Implica ofrecerse uno mismo, entregando su vida y su voluntad a Jesús a través de un acto formal de consagración. La persona promete seguir mas de cerca el ejemplo de amor y servicio a Jesucristo en todas las áreas de su vida.
Antes de empezar, si no puedes comulgar por tu situación personal, no te preocupes también puedes consagrarte. Recuerda que la iglesia también tiene la Comunión Espiritual la cual puedes rezar cuando los fieles se disponen a recibir la Eucaristía.
Plan de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
Ahora que hemos aclarado estos puntos, y antes de que comiences tu consagración te invitamos a que tomes un tiempo de reflexión y preparación para que medites este gran paso que estos apunto de comenzar. Pueden ser algunos días y durante este tiempo informarte de la consagración al Sagrado Corazón la cual en esta misma pagina te podemos estar mostrando. Cuando ya hayas tomado esta decisión y estas listo para ponerte la Armadura Perfecta del Soldado de Cristo, entonces Consagrate Ya!
Primero empieza por esta oración de consagración y después síguele con el novenario al Sagrado Corazón.
Oración de Consagración:
Santa Margarita María Alacoque nos entregó este Acto de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús:
“Oh Sagrado Corazón de Jesús, a Ti consagro y ofrezco mi persona y mi vida, mis acciones, pruebas y sufrimientos, para que de ahora en adelante todo mi ser sólo se emplee en amarte, honrarte y glorificarte. Esta es mi voluntad irrevocable, pertenecer enteramente a Ti, y hacer todo por Tu amor, renunciando de todo corazón a todo lo que pueda desagradarte.
Te tomo, oh Sagrado Corazón, como único objeto de mi amor, la protección de mi vida, la prenda de mi salvación, el remedio de mi fragilidad e inconstancia, la reparación de todos los defectos de mi vida, y mi refugio seguro.
En la hora de mi muerte, sé Tú, Corazón Misericordioso, mi justificación ante Dios Tu Padre, y escóndeme de Su ira que tan justamente me he merecido. Todo lo temo por mi propia debilidad y malicia, pero poniendo toda mi confianza en Ti, Oh Corazón de Amor, espero todo de Tu infinita Bondad. Aniquila en mí todo lo que pueda desagradarte o resistirte. Imprime tu amor puro tan profundamente en mi corazón que nunca te olvide ni me separe de ti.
Te suplico, por Tu Bondad infinita, concede que mi nombre sea grabado en Tu Corazón, porque en esto pongo toda mi felicidad y toda mi gloria, para vivir y morir como uno de Tus siervos devotos. Amén."
Ahora ve a la pestaña numero V de este menú, para conocer mas sobre la Novena al Sagrado Corazón de Jesús
Por ultimo te invitamos a ver este maravilloso documental del Sagrado Corazón de Jesús.
Fundamentos de la Consagración
Orígenes del Sagrado Corazón de Jesús.
Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.
Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura.
Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido, que la devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de la mirada que, según las palabras proféticas y evangélicas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento admirable de toda la Iglesia".
El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al sagrado Corazón.
Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual, victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua meditación por parte de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención".
Pero esta devoción vino tomando más auge mediante unas revelaciones de nuestro Señor a Margarita de Alacoque, Santa Margarita María nació el 25 de julio de 1647, en Janots, Borgoña. Fue la quinta de 7 hijos de un notario acomodado. A los cuatro años Margarita hizo una promesa al Señor. Sintiéndose inspirada rezó: "Oh Dios Mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad." Aunque ella misma confesó más tarde que no entendía lo que significaba las palabras "voto" o "castidad." Cuando tenía 8 años, murió su padre. Ingresaron a la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento, se sintió atraída por la vida de las religiosas en quienes la piedad de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la Primera Comunión a los 9 años, lo cual no se acostumbraba en aquella época. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los 15 años. Por este motivo tuvo que regresar a su casa.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús está centrada en el mensaje de amor que Jesucristo le hizo a santa Margarita María Alacoque, en sus apariciones, allá por la segunda mitad del siglo XVII, en las que señalando su amante corazón le dijo; Mira este corazón que tanto ha amado a la humanidad y a cambio no recibe de ellos más que deshonor y desprecio. Tú, al menos, ámame.
Para conocer más de la historia del Sagrado Corazón, PRESIONA AQUI
La Iglesia y los Papas piden que nos consagremos al Sagrado Corazón de Jesús.
Papa Pío XII
Haurietis Aquas
Encíclica Promulgada el 15 de Mayo de 1956
SOBRE EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
¿Quién no ve, venerables hermanos, la plena oposición entre estas opiniones y el sentir de nuestros predecesores, que desde esta cátedra de verdad aprobaron públicamente el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús? ¿Quién se atreverá a llamar inútil o menos acomodada a nuestros tiempos esta devoción que nuestro predecesor, de i. m., León XIII, llamó «práctica religiosa dignísima de todo encomio», y en la que vio un poderoso remedio para los mismos males que en nuestros días, en forma más aguda y más amplia, ¿inquietan y hacen sufrir a los individuos y a la sociedad? «Esta devoción —decía—, que a todos recomendamos, a todos será de provecho». Y añadía este aviso y exhortación que se refiere a la devoción al Sagrado Corazón: «Ante la amenaza de las graves desgracias que hace ya mucho tiempo se ciernen sobre nosotros, urge recurrir a Aquel único, que puede alejarlas. Mas ¿quién podrá ser Este sino Jesucristo, el Unigénito de Dios? "Porque debajo del cielo no existe otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos". Por lo tanto, a El debemos recurrir, que es "camino, verdad y vida"»
León XIII
ANNUM SACRUM
CARTA ENCÍCLICA Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús.
Dado en Roma, el 25 de mayo de 1899
En la época en que la Iglesia, aún próxima a sus orígenes, estaba oprimida bajo el yugo de los Césares, un joven emperador percibió en el Cielo una cruz que anunciaba y que preparaba una magnífica y próxima victoria. Hoy, tenemos aquí otro emblema bendito y divino que se ofrece a nuestros ojos: Es el Corazón Sacratísimo de Jesús, sobre él que se levanta la cruz, y que brilla con un magnífico resplandor rodeado de llamas. En él debemos poner todas nuestras esperanzas; tenemos que pedirle y esperar de él la salvación de los hombres.
Lectura de Oración de Consagración ante Imagen del Sagrado Corazón de Jesús.
Esta forma de consagrarse es mediante la Lectura de una Oración de Consagración elegida, ante una Imagen Sagrada del sagrado Corazón de Jesús, misma que después de tomar la decisión de consagrarse, recomendamos tomar algunos días previos para preparase espiritualmente y reflexionar sobre el Maravilloso Don recibido de haber tomado la decisión de consagrarse, y también meditar sobre el compromiso que se va a adquirir al donarse completamente al sagrado Corazón, para esta donación de sí mismo, recomendamos meditar constantemente sobre todos los sacrilegios cometidos al santísimo Sacramento, es decir en las palabras de nuestro Señor a santa Margarita de Alacoque… Por esto te pido que se dedique el primer viernes después de la octava del santísimo Sacramento a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando este día y reparando su honor para expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares. Te prometo también que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia su divino amor sobre los que le rindan este honor, y los que procuren que le sea tributado… Al menos tu ámame.
Para esta preparación previa podemos enunciar estas recomendaciones:
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Leer la palabra de Dios y meditar sobre ella, a manera de "Lecto Divina".
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Realizar oración constante durante los días previos al día que se haya elegido para consagrarse, en especial el Rezo del Santo Rosario.
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Confesarse y cumplir la penitencia recibida, esta es la mejor forma de preparación espiritual.
Una vez realizada la preparación espiritual, en lo general te recomendamos escoger un domingo o un día de Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo y/o de María Santísima, y planear asistir a la Misa y de preferencia comulgar y realizar los siguientes pasos:
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Postrarse de Rodillas ante el santísimo Sacramento o ante el sagrario.
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Oración de un Padre Nuestro y una Ave María.
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Proceder a dar lectura a la fórmula de la consagración elegida, durante la cual recomendamos que cada palabra de la fórmula de consagración elegida, se lea pausadamente y en estado de plena conexión espiritual, invocando mentalmente a María Santísima y a Nuestro Señor Jesucristo.
A continuación, te compartimos las oraciones más tradicionales y conocidas de consagración, que tú puedes elegir, para el día de tu consagración:
Santa Margarita María Alacoque nos entregó este Acto de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús:
“Oh Sagrado Corazón de Jesús, a Ti consagro y ofrezco mi persona y mi vida, mis acciones, pruebas y sufrimientos, para que de ahora en adelante todo mi ser sólo se emplee en amarte, honrarte y glorificarte. Esta es mi voluntad irrevocable, pertenecer enteramente a Ti, y hacer todo por Tu amor, renunciando de todo corazón a todo lo que pueda desagradarte.
Te tomo, oh Sagrado Corazón, como único objeto de mi amor, la protección de mi vida, la prenda de mi salvación, el remedio de mi fragilidad e inconstancia, la reparación de todos los defectos de mi vida, y mi refugio seguro.
En la hora de mi muerte, sé Tú, Corazón Misericordioso, mi justificación ante Dios Tu Padre, y escóndeme de Su ira que tan justamente me he merecido. Todo lo temo por mi propia debilidad y malicia, pero poniendo toda mi confianza en Ti, Oh Corazón de Amor, espero todo de Tu infinita Bondad. Aniquila en mí todo lo que pueda desagradarte o resistirte. Imprime tu amor puro tan profundamente en mi corazón que nunca te olvide ni me separe de ti.
Te suplico, por Tu Bondad infinita, concede que mi nombre sea grabado en Tu Corazón, porque en esto pongo toda mi felicidad y toda mi gloria, para vivir y morir como uno de Tus siervos devotos. Amén."
Oración de consagración al sagrado corazón de Jesús de Juan Pablo II
“Señor Jesucristo, redentor del género humano, nos dirigimos a tu sacratísimo corazón con humildad y confianza, con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza. Señor Jesucristo, Salvador del mundo, te damos las gracias por todo lo que tú eres y todo lo que tú haces por la pequeña grey y los doce millones de personas que viven en esta archidiócesis de Delhi, que abarca también a los que han sido confiados para la administración de esta nación. Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu sagrado corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría, manantial de nuestra vida eterna. Reunidos juntos en tu Nombre, que está por encima de cualquier otro nombre, nos consagramos a tu sacratísimo corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.Al consagrarnos a ti renovamos nuestro ferviente deseo de corresponder con amor a la rica efusión de tu misericordioso y pleno amor.Señor Jesucristo, Rey de amor y Príncipe de la paz, reina en nuestros corazones y en nuestros hogares. Vence todos los poderes del maligno y llévanos a participar en la victoria de tu sagrado corazón. ¡Que todos proclamemos y demos gloria a ti, al Padre y al Espíritu Santo, único Dios que vive y reina por los siglos de los siglos! Amén.”
Acto de Consagración de la Familia al Sagrado Corazón de Jesús
Esta fórmula fue aprobada por el Papa San Pío X el 19 de mayo de 1908. Se requiere leerla tal y como está para ganar las indulgencias. Por lo tanto, no puede ser modificada. Se le recita de rodillas, tanto el sacerdote como la familia. Si el sacerdote no está presente, la dirige el padre de familia.
"Oh Sagrado Corazón de Jesús, que hiciste conocer a Santa Margarita María Tu deseo ardiente reinar sobre las Familias Cristianas míranos aquí reunidos hoy para proclamar Tu dominio absoluto sobre nuestro hogar.De ahora en adelante nos proponemos llevar una vida como la Tuya, para que florezcan entre nosotros las virtudes por las que Tu prometiste la paz sobre la tierra, y para ese fin desterraremos de entre nosotros el espíritu mundano que Tu aborreciste tanto.Reina sobre nuestro entendimiento por la simplicidad de nuestra fe. Reina sobre nuestros corazones por un amor ardiente a Ti; y esté la llama de ese amor guardada siempre ardiente en nuestros corazones por la recepción frecuente de la Sagrada Eucaristía.Dígnate, Oh Divino Corazón presidir nuestras reuniones, bendecir nuestras empresas, tanto espirituales como temporales, para desterrar toda aflicción e inquietud, santificar nuestras alegrías, y aliviar nuestros pesares. Si alguno de nosotros tuviera alguna vez la desgracia de apenar a Tu Divino Corazón, recuérdale de Tu bondad y misericordia para con el pecador arrepentido.Finalmente, cuando suene la hora de la separación, y la muerte hunda nuestro hogar en la aflicción, resignémonos, todos y cada uno de nosotros, a Tus eternos decretos, y busquemos consuelo en el pensamiento que algún día nos reuniremos en el Cielo, a cantar las alabanzas y bendiciones de Tu Sagrado Corazón por toda la eternidad.Dígnense el Inmaculado Corazón de María, y el glorioso Patriarca San José, ofrecer a Ti esta, nuestra Consagración, y recordarnosla todos los días de nuestra vida. Gloria al Divino Corazón de Jesús, nuestro Rey y nuestro Padre". Amen.
Devoción de los 9 primeros viernes de mes al Sagrado Corazón
Las 12 promesas de Jesús a los devotos de su Sagrado Corazón:
1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
El Señor te dará las gracias que necesites en tu estado, es decir, en tu matrimonio, soltería, sacerdocio, religioso o religiosa consagrada, niñez, adolescencia y juventud.
2. Daré la paz a las familias.
¿Quién no desea la paz en sus familias? ¡Vaya! ¡Apuesta también por esta oferta!
3. Las consolaré en todas sus aflicciones.
¿Qué te aflige? ¿Qué te da miedo? ¿Porque tan inseguro o insegura? El Sagrado Corazón de Jesús te promete que te dará consuelo.
4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte.
En estos tiempos en donde todos vivimos con ansiedad no hay otra garantía que sentir la mano de Dios en nuestro hombro sintiendo su consuelo y protección.
5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas.
Derramare bendiciones en tu trabajo, oficio, escuela, negocio etc.…
6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia.
Si has estado frene al mar y contemplado la cantidad de agua que tus ojos alcanzan a ver, pues tus pecados son solo una gota de agua comparado a la infinita misericordia de Jesús para aquellos que han decido arrepentirse y consagrarse a su Sagrado Corazón.
7. Las almas tibias se harán fervorosas.
Avivar en el alma el amor al Sagrado Corazón y avivar el amor a quienes no los sientan. (link con ARMA del ROSARIO)
8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección.
Dios dará el auxilio para andar por el camino del bien y así también alcanzar la perfección en el amor como lo alcanzo la Virgen María en quien nos podemos también apoyar como gran mediadora. (link con Consagración a María)
9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
Te recomendamos conseguir una estatuilla o un cuadro del Sagrado Corazón en alguna tienda parroquial y que te la bendiga tu sacerdote. También te recomendamos portar el Detente del Sagrado Corazón de Jesùs
10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos.
Esta promesa puede ser para todos los bautizados, aunque de una manera más especial con los sacerdotes, y consiste en la gracia de lograr la conversión de los mas duros de corazón, al igual que las promesas para quienes usen la gran ARMA del Rezo del Santo ROSARIO
11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
IMAGINA LO QUE EN EL CIELO, JESUS DIRA DE TI :
Mirar a "Tu Nombre", el es un devoto que, amándome mucho, quiere consolarme del olvido e ingratitud de tantos hombres.
Esta será la mejor inversión de tu vida. ¡Alcanzar la promesa de la vida eterna!
12. A todos los que comulguen 9 primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón, les concederá la gracia de la perseverancia final.
Esta es la Gran Promesa de Jesús, nos promete la gracia de la penitencia final, es decir, la salvación eterna, si comulgas los nueve primeros viernes de cada mes seguidos. Podrás estar seguro de su compañía y de su protección en esta vida y en la eternidad, por eso en Consagraté Ya!, le llamamos a la Consagración a los Corazones de Jesús y María, la Armadura Perfecta!..
Condiciones para alcanzar las gracias de este Novenario
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Recibir la Sagrada Eucaristía, con la debida disposición (en estado de gracia), durante nueve primeros viernes de mes de forma consecutiva (sin ninguna interrupción).
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Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final.
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Ofrecer cada Sagrada Eucaristía como acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.
PARA PREPARARSE A LA RECEPCIÓN DE LA EUCARISTÍA LOS VIERNES PRIMEROS SE PUEDEN REZAR LAS SIGUIENTES ORACIONES.
PRIMER VIERNES
¡Oh buen Jesús, que prometisteis asistir en vida, y especialmente en la hora de la muerte, a quien invoque con confianza vuestro Divino Corazón! Os ofrezco la comunión del presente día, a fin de obtener por intercesión de María Santísima, vuestra Madre, la gracia de poder hacer este año los nueve primeros viernes que deben ayudarme a merecer el cielo y alcanzar una santa muerte. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
SEGUNDO VIERNES
«Les daré todas las gracias necesarias a su estado».
Jesús misericordioso, que prometisteis, a cuantos invoquen confiados vuestro Sagrado Corazón, darle las gracias necesarias a su estado: os ofrezco mi comunión del presente día para alcanzar, por los méritos e intercesión de vuestro Corazón Sacratísimo, la gracia de una tierna, profunda e inquebrantable devoción a la Virgen María. Siendo constante en invocar la valiosa providencia de María, Ella me alcanzará el amor a Dios, el cumplimiento fiel de mis deberes y la perseverancia final. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
TERCER VIERNES
«Pondré paz en las familias. Bendeciré los lugares donde se venera la imagen de mi Corazón».
Jesús amantísimo, que prometiste bendecir la casa donde se venera la imagen de tu Sagrado Corazón, quiero que ella presida mi hogar, te ofrezco la comunión del presente día para alcanzar por tus méritos y por la intercesión de María, tu Madre, que todos y cada uno de los miembros de mi familia conozcan sus deberes, los cumplan fielmente y logren entrar en el cielo con las manos llenas de buenas obras.
¡Oh Jesús, que te complaces en alejar de nuestro hogar las contrariedades, las enfermedades y la miseria! Haz que, nuestra vida sea una acción de gracias por tantos beneficios. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
CUARTO VIERNES
«Seré su consuelo en todas las tribulaciones»
Jesús mío, que prometiste consuelo a cuantos a Ti acuden en sus tribulaciones, te ofrezco mi comunión del presente día para alcanzar de tu Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de tu Madre Santísima, la gracia de venir al Sagrario a pedir fuerza y consuelo cuantas veces me visiten las penas. ¡Oh Jesús, oh María, consuelen y salven a los que sufren! ¡Hagan que ninguno de sus dolores se pierda para el cielo! Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
QUINTO VIERNES
«Derramaré copiosas bendiciones en todas sus empresas».
Jesús mío, que prometiste bendecir los trabajos de cuantos invoquen confiados tu Divino Corazón, te ofrezco la comunión del presente día para alcanzar por tu Santísima Madre la gracia de que bendigas mis estudios, mis exámenes, mi oficio, y todos los trabajos de mi vida. Renuevo el inquebrantable propósito de ofrecerte cada mañana al levantarme, y por mediación de la Santísima Virgen, las obras y trabajos del día, y de trabajar con empeño y constancia para complacerte y alcanzar la recompensa del cielo. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
SEXTO VIERNES
«Los pecadores hallarán en mi Corazón un océano de misericordia».
Sagrado Corazón de Jesús, siempre abierto a los pecadores arrepentidos, te ofrezco la comunión del presente día para alcanzar por tus méritos infinitos y por los de tu Santísima Madre la conversión de cuantos obran mal. Te suplico, ¡buen Jesús!, inundes su corazón de un gran dolor por haberte ofendido. Haz que te conozcan y te amen. Dame la gracia de amarte más y más y en todos los instantes de mi vida, para consolarte y reparar la ingratitud de quienes te olvidan. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
SÉPTIMO VIERNES
«Los tibios se harán fervorosos. Los fervorosos se elevarán rápidamente a gran perfección».
Sin tu auxilio, Jesús mío, no podemos avanzar en el camino del bien. Señor, por mediación de la Virgen María, te ofrezco la comunión de este día para que avives en mi alma el amor a tu Corazón Sagrado y concedas tu amor a cuantos no lo sienten. Ayudado de tu divina gracia lucharé, Señor, para que cada semana, cada mes, avance un poco en la virtud que más necesito. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
OCTAVO VIERNES
«Daré a cuantos trabajan por la salvación de las almas el don de ablandar los corazones más endurecidos».
Sagrado Corazón de Jesús, que prometiste inspirar a los que trabajan por la salvación de las almas aquellas palabras que consuelan, conmueven y conservan los corazones; te ofrezco mi comunión de hoy para alcanzar, mediante la intercesión de María Santísima, la gracia de saber consolar a los que sufren y la gracia de volver a Ti, Señor, a los que te han abandonado. ¡Dulce Salvador mío, concédeme y ayúdame a salvar almas! ¡Son tantos y tantos los desgraciados que empujan a los demás por el camino del vicio y del infierno! Haz, Señor, que emplee toda mi vida en hacer mejores a los que me rodean y en llevarlos conmigo al cielo. Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
NOVENO VIERNES
« Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él».
Te ofrezco, Jesús mío, la comunión del presente día para alcanzar la gracia de saber infundir en el alma de cuantos me rodean la ilimitada confianza en tu Corazón Divino. Dame cuanto necesito para llevar a Ti a los que luchan, a los que lloran, a los caídos, a los moribundos. Y dígnate, ¡oh Jesús! escribir hoy mi nombre en tu Corazón y di a los ángeles que rodean tu Tabernáculo: «Este nombre es el de un devoto que, amándome mucho, quiere consolarme del olvido e ingratitud de tantos hombres». Amén.
ORACIÓN FINAL
Jesús mío, te doy mi corazón…, te consagro toda mi vida…, en tus manos pongo la eterna suerte de mi alma… y te pido la gracia especial de hacer mis nueve primeros viernes con todas las disposiciones necesarias para ser partícipe de la más grande de tus promesas, a fin de tener la dicha de volar un día a verte y gozarte en el cielo.
Amén.
OFRECIMIENTO DE LA COMUNIÓN
Después de recibir la Sagrada Eucaristía, se puede rezar en silencio la siguiente oración:
Corazón de Jesús, que has dado la vida por mí, que desbordas amor infinito, concédeme la abundancia de tus dones y de tu amor. Concédeme amarte y hacerte amar con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas. Gracias por tu promesa de los primeros viernes. Con esta intención acabo de recibirte en la Santa Eucaristía. Concédeme morir con arrepentimiento sincero, esperando tu misericordia y amando la bondad inmensa de tu Corazón. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!
ALMA DE CRISTO
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me separe de Ti.
Del enemigo malo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti, para que con tus santos te alabe y
te bendiga por los siglos de los siglos.
Amén.
RENOVACIÓN DE LA CONSAGRACIÓN PARA LOS PRIMEROS VIERNES DE MES
Se recomienda hacer después de comulgar y de ser posible delante de la imagen del Sagrado Corazón
¡Oh amabilísimo Jesús mío! Para probarte mi gratitud,
y en desagravio del gran número de infidelidades con que
te he ofendido, yo_______________ te ofrezco mi corazón, me
consagro enteramente a Ti y propongo con tu gracia no volver a ofenderte jamás.
Tener una delicada devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Las disposiciones necesarias para conseguir esta devoción se pueden mencionar 4:
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Un gran horror al pecado
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Una Fe viva
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Un deseo grande de amor a Jesucristo
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El recogimiento interior
1. Un gran horror al pecado.
Como la finalidad al Sagrado Corazón es amar a Jesús con un amor ardiente y tierno, es necesario tener el alma en gracia, así como un horror a todo tipo de pecado, pues el pecado es incompatible con este amor.
Jesús amaba de un modo especial a San Juan, porque Juan fue un hombre de corazón puro, por eso el Señor lo amaba extremadamente. Las almas que verdaderamente quieren ser amadas por El, deben anhelar amarle de un modo más íntimo que el resto de los fieles.
Si no sentimos pena por cometer pecados veniales deliberados y se acuerdan solo de perseverarse de los mortales, no deben esperar recibir las gracias especiales e inexplicables con las que Jesús colma a los que de verdad lo aman.
Por lo tanto, es necesario buscar por todos los méritos, conseguir una pureza de corazón y para lograrlo, la práctica de esta devoción es el medio para conseguir esta pureza.
2. Una Fe Viva.
Una Fe tibia jamás produce amor. Las reliquias de un santo infunden respeto, leer sus virtudes provocan veneración y amor a su persona, porque en ningún momento se duda de la veracidad. Pero, el cuerpo vivo de Cristo y su sangre que están sobre el altar, y contemplar las maravillas que obra para manifestar su extremado amor, ¿no infunde casi ningún respeto y amor? Pues, como no nos conmueve el olvido de Cristo en el Santísimo Sacramento, donde tan pocos lo visitan; y como, tampoco, ¿nos conmueven los ultrajes que sufre por parte de aquellos mismos que dicen creer en El? Se debe a que la Fe de los Cristianos es verdaderamente débil en este punto.
Es, por tanto, necesario tener una Fe viva para así conseguir este ardiente amor por Cristo en el Santísimo Sacramento. Para todo es necesario que nuestra vida sea pura e inocente. Y es necesario, también, avivar nuestra Fe con la repetición frecuente de actos de amor y, sobre todo, con una profunda veneración al Santísimo Sacramento. Nos ayudara, para este propósito, realizar todo tipo de buenas obras, orar con recogimiento y, en nuestras oraciones, pedir a Dios que nos aumente la Fe y de este modo, pronto experimentaremos que Jesús nos ama
3. Un deseo inmenso de amar a Jesucristo.
Este deseo inmenso de amar a Jesucristo debe ser verdadero. Es, pues, evidente que este deseo es una disposición necesaria para alcanzar esta devoción, la devoción no es otra cosa que un ejercicio continuo de un ardiente amor. Muchos santos coinciden en que la disposición más propia es desear mucho su amor:
<<Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados>> (Mateo 5, 6).
Si no tenemos este ardiente amor por Jesucristo, consideremos seriamente, por lo menos alguna vez en nuestra vida la obligación que tenemos de amarle, y estas consideraciones harán nacer, al menos, un verdadero deseo de encendernos en este fuego celestial.
4. Recogimiento interior:
Dios no se deja sentir entre el bullicio y un corazón entregado a todos los objetos, un alma que esta continuamente derramada en lo exterior y ocupada con preocupaciones superfluas y pensamientos inútiles, no está en condiciones de oír la
voz de aquel que no se comunica a las almas, ni le habla al corazón, sino en la soledad:
<< Yo mismo la seduciré, la conduciré al desierto y le hablare al corazón>> (Os 2, 16).
Este recogimiento interior es fundamento de todo el edificio espiritual de las almas, de modo que sin él es imposible adelantar en la perfección. Es preciso, pues, confesar que el recogimiento interior es tan necesario para amar perfectamente a Jesucristo y para aprovechar en la vida espiritual, que no adelantaremos sino en proporción a como lo vivamos. Este es el camino por donde San Ignacio, San Francisco de Sales, Santa Teresa, San Francisco Xavier y San Luis Gonzaga, llegaron a la cumbre de la perfección. Si no tenemos cuidado de vivir recogidos, aun cuando procuramos el bien de las almas, sacaremos muy poco de las mejores acciones. Guardemos silencio si queremos escuchar la voz de Jesucristo. Retiremos nuestra alma del tumulto y de la inquietud de las cosas exteriores, para poder hallar la libertad de conversar con El, más despacio y para amarle con fervor. El demonio, que conoce muy bien las grandes ventajas que sacamos de la paz interior y de la guarda del corazón, pone todo su empeño para hacernos perder este recogimiento.
Motivos para visitar el Santísimo Sacramento
¿Que nos motiva a visitar el Santísimo Sacramento? ¿O bien porque no tenemos esa motivación para esta visita tan importante? Pues bien, lo que buscamos en este apartado es que el Espíritu Santo te abra la mente y el corazón y te motives a hacer esta visita con más reverencia, frecuencia, amor y conciencia de lo que significa estar frente al Santísimo Sacramento.
«No sufráis, mis pequeños ---nos dijo---, no os dejaré huérfanos. Ascenderé a los Cielos, pero al mismo tiempo me quedaré con vosotros en la Tierra. Sois débiles, estáis enfermos y cansados. A menudo estaréis tristes, temeréis mis decisiones, tendréis miedo de la ira y de la justicia de mi Padre, pero encontraréis en el Santísimo Sacramento un padre que os consolará, un médico que os sanará, un guía que os mantendrá sanos y salvos, un maestro que resolverá todas vuestras dudas, un alimento celestial que os dará nueva fuerza, un redentor y un salvador».
¿Por qué quiso Jesucristo permanecer con nosotros después de culminar la labor de nuestra Redención y después de su gloriosa ascensión a los Cielos? ¿Por qué vuelve a la Tierra todos los días? ¿Por qué permanece día y noche tan humildemente en el sagrario, si no es porque no puede soportar el estar separado de los hombres, porque su mayor delirio es estar con los hijos de los hombres?
¡Y pensar que no basta con todo eso para conmover los corazones de los hombres, tan animados cuando se trata de sus propios intereses y tan inclinados por propia naturaleza a la gratitud!
Serían menos desagradecidos ante el más leve gesto de cualquier otra persona, pero resulta que, cuando es Jesucristo al que debemos agradecimiento, ya no es un crimen ser un ingrato. A Jesucristo le dejamos solo, le abandonamos y le olvidamos en nuestras iglesias. Las personas siempre encuentran motivos y tiempo suficiente para dedicar varias horas diarias al entretenimiento y al ocio. Pero si tienen que dedicar un rato por la tarde para ir a adorar a Jesucristo, para hacerle una visita, dicen que les acucian asuntos ineludibles, que no les da tiempo. ¿Por qué intentamos zafarnos de una obligación que todos consideramos razonable y justa? ¿Se necesita sacrificar tanto tiempo para visitar a Nuestro Señor con un poco más de frecuencia? Por supuesto que no. Con diez minutos o con un cuarto de hora bastaría.
Hay muchos cristianos que consideran una penitencia cumplir con su deber en lo relativo a la Eucaristía. Otros muchos intentan zafarse irreverentemente de la obligación de visitar a Jesucristo. Esta situación nos recuerda que la predicción del Salvador sobre los últimos tiempos es aplicable a nuestra época: «Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la Tierra?» (Le 18,8).
Si nuestra fe no se ha extinguido, ¿no resulta muy sorprendente que creamos en la presencia real de Jesucristo en el altar y que, sin embargo, le tratemos con indiferencia? ¿Que no tengamos más deseos de adorarle que los que aún no creen en El? De manera general, las principales razones que nos mueven a visitar a alguien son la cortesía, la amistad, la gratitud y el interés personal. A la mayoría de las personas no se les ocurre incumplir sus obligaciones con alguien de renombre o que tenga un alto cargo.
Los verdaderos amigos se separan con pena y no dejan escapar la oportunidad de volverse a encontrar. Hacemos visitas de cortesía a los que nos han prestado algún servicio, a aquellos de los que esperamos algún beneficio o incluso a personas de las que tememos algún castigo.
¿No ocupa Jesucristo un rango lo suficientemente alto como para merecer que lo adoremos? ¿No nos ha amado hasta el borde de todo amor? ¿No hemos recibido sus dones? ¿No tenemos razones para pensar que nos puede ser útil? Y dado que Él va a ser nuestro juez y, como tal, de Él depende nuestra felicidad o nuestra desgracia eternas, ¿no tenemos nada que ganar? Resulta muy sorprendente que tantas personas estén de acuerdo en lo que deberían hacer y que tan pocos estén dispuestos a superar los obstáculos para conseguirlo. Si hubiéramos tenido la oportunidad de pedirle al Señor alguna señal de su amor cuando iba a ascender a los Cielos, algún favor excepcional, ¿no le habríamos pedido que se quedase con nosotros en la Tierra hasta el fin del mundo? En el día del Juicio Final, ¿qué excusa darán quienes no visitan casi nunca a nuestro Señor, a pesar de que viven cerca de algún templo, y que pasan por delante varias veces al día? ¿Qué responderán los religiosos que, teniendo a nuestro Señor bajo su mismo techo, siguen reacios a visitarle? «Mi pueblo me tiene olvidado por días sin cuenta» (Jr 2,32). «Aquellos que manifiestan vivir dedicados a mi servicio y que considero mis elegidos..., ¡también ellos se han olvidado de mí!».
«En medio de vosotros está uno a quien no conocéis» (Jn 1,26). No conocemos y no queremos conocer a Aquel que es el día y la noche en medio de nosotros. Y es nuestro Señor y nuestro Dios quien está presente en el sagrario con el único propósito de escuchar nuestras peticiones y de que le adoremos. Si estamos enfermos, tristes o afligidos, recurramos a Jesucristo, vayamos a Él, que es nuestro Padre bueno, y contémosle las desgracias que nos hayan ocurrido o los males que nos amenazan. Si tenemos que tomar alguna decisión importante, si queremos restaurar la paz en alguna familia, si queremos lograr la conversión de alguna persona, si somos descuidados en el servicio de Dios, inconstantes, imperfectos, acudamos rápidamente a Jesucristo y pidámosle humildemente y con fe las gracias que necesitamos. Pedir con perseverancia y con humildad conquista el Corazón de Jesucristo y lo puede todo. Si a veces Jesucristo se retrasa en responder a nuestras peticiones es para que lo visitemos con mayor frecuencia.
Como deben ser las visitas al Santísimo Sacramento.
Nuestras visitas al Santísimo Sacramento deben ser frecuentes y respetuosas. Debemos entrar en la iglesia donde está presente nuestro Salvador con mucho respeto y, mientras permanezcamos en ella, debemos fomentar una actitud de reverencia, de gratitud, de confianza y de amor. Para que un lugar sea santo, es suficiente con que esté dedicado a dar gloria a Dios. Desde el momento en que se consagra solemnemente para este uso, se convierte en objeto de veneración para los ángeles y de desasosiego para los demonios. Es justo que las iglesias se conviertan en sitios de respeto y adoración para todos los hombres, puesto que, al convertirlas Jesucristo en su morada, se llenan de la majestad y la grandeza de
Dios.
La santidad que el nacimiento del Hijo de Dios transmitió a la ciudad de Belén, la santidad que el precio de su Sangre confirió al Calvario, y su Cuerpo Santo al sepulcro..., esa misma santidad se encuentra en las iglesias, e infinitamente mayor. Si no sentimos el santo temor que ese lugar sagrado debe inspirarnos al estar en presencia divina; si cuando nos acercamos al altar no vibramos llenos de admiración, es por nuestra falta de fe o por nuestra ausencia de recogimiento.
Para asegurarnos la disposición adecuada debemos, antes de entrar en la iglesia, reflexionar en la santidad del lugar y la majestad de Aquel a quien vamos a visitar. Si fuera tan fácil entrar en los palacios de los poderosos y acercarnos a ellos como lo es entrar en un templo o una capilla, habría muchos que estarían muy contentos. Pero esos mismos no valoran el privilegio de poder acercarse a Jesucristo a cualquier hora del día.
Nuestra fe debe mostrarse claramente por nuestra reverencia y nuestro profundo respeto en la iglesia donde Cristo está presente.
Nuestro amor a Él debe ser el alma de todas nuestras oraciones. No debemos olvidar honrar y adorar al Sagrado Corazón de Jesús cada vez que visitemos al Santísimo Sacramento: esta devoción le complace especialmente. Durante nuestras visitas al Sagrado Corazón tenemos que meditar mucho y hablar poco. Un silencio lleno de amor y de adoración, que podríamos llamar el idioma del corazón, es mucho más agradable a Jesucristo que un gran número de oraciones dichas de forma apresurada y volcando poca atención. Su amor ilimitado por nosotros, su bondad, su mansedumbre, su generosidad y su paciencia deben llenarnos el corazón de un amor sincero. Los sentimientos de reverencia, gratitud, con fianza y amor a Jesucristo deben ocuparnos casi todo el tiempo.
Debemos visitar a Jesús con el mismo espíritu y con idéntica in tención que los ángeles, los pastores de Belén y los Magos: para adorarle. O como los apóstoles, para escucharle enseñar; o como María Magdalena, de cuclillas a sus pies, para llorar por nuestros pecados o para contemplar sus admirables perfecciones; o come los enfermos, para pedir curación. Una de las razones por la que no conseguimos más fruto de esas visitas es porque no nos acercamos a nuestro Salvador con suficiente sencillez y con verdadera confianza. A veces empleamos el tiempo de la visita en ejercicios donde el intelecto participa más que la razón, en lugar de depositar humildemente ante Cristo nuestros deseos, enfermedades o las propias debilidades; o, como dijo el profeta, abriendo nuestros corazones y desahogándonos (Sal 62,9) diciéndole: «Aquel a quien amas está enfermo» (Jn 11, 3), aquel por quien te has hecho hombre, por quien has derramado tu Sangre, por quien te das cada día en el Sacramento de la Eucaristía, por quien permaneces día y noche en el altar... ha estado sufriendo una enfermedad durante mucho tiempo y necesita tu ayuda, necesita una gracia especial. O podemos decir con los leprosos: «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1, 40); Señor, puedes curarme si quieres, ¿por qué no ibas a desearlo? Después de todo lo que has hecho por mí, ¿puedo dudar de que querrás y de que tienes el poder divino para hacerlo? Otras veces, sentémonos a los pies de Jesús, como María Magdalena, y si no tenemos la suficiente devoción para derramar lágrimas como ella, imitemos su silencio o, si hablamos, que sea para expresar con santo Tomás las muestras de respeto, admiración y amor que nos embargan, diciéndole con fe y alegría «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28) y repitiendo a menudo con el centurión romano: «¡Creo, Señor; ayuda mi incredulidad!» (Mc 9, 24).
Debemos rogarle a nuestro Salvador con insistencia y perseverancia, como la mujer cananea, pidiendo todos los dones que necesitemos. Completamente persuadidos de que Jesucristo nos ama, de que está presente en el altar para concedernos sus gracias, de que tiene tanto el poder como el deseo de darnos todo lo que necesitamos, digámosle con confianza: «Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí» (Lc 18, 38). Y aunque parezca rechazar nuestra petición, cuando no nos responda y pensemos que no nos la va a conceder, pidámosle con mayor insistencia y, como si no percibiésemos su manera aparentemente severa de tratarnos, gritémosle: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!» (Lc 18, 39), sé que no está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros, «pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos» (Mt 15, 27). Trátame a mí igual.
Si por nuestros pecados hemos perdido el derecho a que nuestras oraciones sean escuchadas, digámosle a Jesucristo confiadamente: «Tú, que has prometido solemnemente concederme todo lo que pida en tu nombre, en tu nombre te pido la gracia de corregir esa imperfección que ha dificultado mi progreso durante tanto tiempo, para conquistar esa debilidad que es la fuente de todas mis flaquezas, para adquirir esa virtud que es tan necesaria para mi salvación y mi perfección. En tu nombre, te pido la conversión de mi hijo, la curación de mi marido, el éxito de este asunto y toda la ayuda que me hace falta en esta necesidad y en esa otra. Tú sabes, Señor, que tengo este defecto, que carezco de esa virtud, que debo echarle valentía en la adversidad, moderación en la alegría, fuerza en ciertas ocasiones y siempre tu gracia. Sabes que mi fe es débil, que mi confianza falla a menudo, que te quiero sin fuerzas. De he-cho, apenas siento el deseo de quererte. Concédeme, Señor, todos estos dones, ayudas y gracias, y recuerda, Señor, que has prometido no decir que no a lo que pida en tu nombre. Quizá lo que pido no te gusta y no me lo concedes porque no sé lo que pido, pero no hay peligro, y no puedes regañarme, cuando lo que te ruego es tu amor. Lléname por dentro, Señor, de amor ardiente, de amor generoso, confiado, constante, genuino, aunque no vaya acompañado de ternura ni de emociones. Un amor que me haga amarte únicamente a Ti. Concédeme tu amor y tu gracia, que eso me basta».
Es un ejercicio muy útil pensar de vez en cuando en cuáles deben ser los sentimientos de Jesucristo en el sagrario al ver cómo la mayoría le olvida y le abandona, e imaginarse que nos está diciendo a nosotros lo que les dijo a los apóstoles cuando muchos le abandonaban: «Muchos de sus discípulos le dieron la espalda y ya no iban más con El... "'También vosotros queréis marcharos? “>> (Jn 6,67-68). Respondamos, llenos de amor, con san Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el santo de Dios» (In 6, 69-70).
Para despertar en nosotros un amor grande y para que Jesucristo inflame nuestros corazones de un amor más generoso, podemos imaginarnos a nuestro Salvador formulándonos las mismas preguntas que le planteó a Pedro en el mar de Tiberíades: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?... Respondamos con san Pedro; «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 17). Tú sabes que tengo un enorme deseo de amarte.
Sería bueno que desconectáramos nuestros corazones de todo lo que no es Dios para que podamos decir con frecuencia estas valiosas palabras del Profeta: «¿Quién hay para mí en los ciclos? Estando contigo, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen, pero la Roca de mi corazón y mi lote es Dios para siempre» (Sal 73, 25-26). Yo sé, Señor, que eres el camino, la verdad y la vida, y que «los que se alejan de ti se pierden» (Sal 73,27). En cuanto a mí, oh Salvador mío, he encontrado mi reposo, mi alegría y toda mi felicidad en estar unido a ti y en no separarme jamás. «Para mí, lo mejor es estar junto a Dios. He puesto mi refugio en el Señor» (Sal 73, 28). En Ti, Señor Jesús, pongo mi confianza. Todo mi consuelo estará en pasar el resto de mis días a los pies del sagrario. Y si no puedo estar continuamente presente en cuerpo, iré a ti cada hora en espíritu. Mi tesoro está en este altar, mi corazón estará en el Cáliz, o mejor, mi corazón estará eternamente unido a tu Sagrado Corazón, que de ahora en adelante será mi santuario, mi hogar. «Este es el lugar de mi reposo para siempre; aquí habitaré porque la prefiero» (Sal 132, 14).
Llenos de amor y de confianza, debemos decirle a menudo con gran sencillez, pero con respeto y familiaridad: Estás aquí presente, Señor, con el único propósito de concederme tus gracias; ¿cuál es el obstáculo que impide que lo hagas? Si son mis imperfecciones, líbrame de ellas. Cúrame las heridas que me hacen desagradable a tus ojos. Hasta ahora, no te he amado, es verdad. Lo siento muchísimo y deseo amarte de corazón, y como prueba de mi sinceridad vendré a verte con frecuencia y te pediré a ti, que ves en las interioridades de mi corazón, todo tu amor. Y hasta no estar inflamado de ese amor, no pararé de pedírtelo con sinceridad y perseverancia: «Yo te amo, Señor, fortaleza mía, Señor, mi roca» (Sal 18,2-3). Durante la visita, según lo que le dicte la devoción a cada uno, podemos dedicar parte del tiempo a hacer actos de fe, esperanza, adoración, acciones de gracias, reparación y amor, y podemos decir: «Creo, Señor, que Tú estás realmente presente en este altar. Te ofrezco humildemente todo mi respeto como muestra de que creo en ti. Te doy gracias por quererme tanto como para esperar en el altar mi visita durante siglos. Humildemente a tus pies, te ofrezco un acto de reparación por todas las ofensas y afrentas que has sufrido desde la institución de este sacramento. Espero en Ti, Señor, y estoy seguro de que tu Providencia nunca va a fallarme, sino que me guiará en el cumplimiento de tus designios conforme a tu Voluntad. Ábreme, Señor, tu Sagrado Corazón, porque es mi refugio. Quiero permanecer en él toda mi vida, y en él dar mi último suspiro en la hora de mi muerte».
Para concluir, incluimos aquí un consejo de san Francisco de Sales en su Introducción a la vida devota:
Los cristianos rezan muchas oraciones que son muy útiles, pero, en mi opinión, no deberían limitarse a una fórmula fija de palabras. Puedes expresar con el corazón o con los labios lo que el amor te sugiera, porque el amor te proporcionará todas las palabras que necesitas. Hay determinadas fórmulas con una eficacia particular para llenar el corazón de la presencia divina, como las declaraciones de amor que se encuentran en los Salmos de David, las diferentes invocaciones del santo nombre de Jesús y las expresiones de amor del Cantar de los Cantares. Los himnos también son útiles para despertar la devoción, siempre que se proclamen con la atención debida.
